Un
clown o payaso nace a partir de lo más humano y auténtico de cada
persona, de sus rasgos más sobresalientes, los que se ven a simple vista
y los que no mostramos también. Todos podemos encontrar nuestro clown
si nos permitimos jugar, dejando que el cuerpo, la voz y nuestros
sentimientos fluyan, siempre y cuando nos animemos a vencer el miedo al
ridículo y aprendamos a reírnos de lo que nos gusta y de lo que no
tanto.
Este entrenamiento es muy valioso para cualquier persona, aunque no se tenga experiencia u objetivos escénicos.
Esta
técnica nos reencuentra con el juego, y nos enseña a compartirlo con el
público. Pone acento en el vacío; habitualmente, cuesta mucho
enfrentarlo y es por eso que tendemos a organizarnos intelectualmente
para saber que decir o hacer. El clown enseña a tolerar y a disfrutar
este vacío, mostrando los caminos para encontrar el mejor material de
trabajo en lo inesperado o en el accidente.
Confundido
habitualmente con el payaso, el clown, se diferencia de este en su
vestuario y maquillaje, pero la gran diferencia es que el payaso trabaja
sobre arquetipos del ridículo universal (por ejemplo, el tropezón),
mientras que el clown trabaja y compone a partir de sus propios temores,
sueños y obsesiones.
Otro
aspecto importante es su imaginario; en el clown es un músculo y hay
que entrenarlo y frecuentarlo para que este se desarrolle.
Su
nariz roja es una mascara y es necesaria para abrir su alma de clown
que es ingenua, generosa y frágil. La ingenuidad es la base, la tierra
del clown y sobre ella florece y madura la personalidad de cada uno.
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