Y sin duda que lo importante es lo que se escucha, más allá de o que se habla, vea lo que le pasó a un joven aprendiz dispuesto a trabajar duro a cambio de un poco de dinero. Cuentan que “el herrero de un pueblo contrató a un muchacho joven, alto y fuerte, aunque un poco despistado. Era obediente y hacia las tareas que le encomendaban, pero se equivocaba a menudo y tenía que repetirlas porque prestaba muy poca atención a las instrucciones que el herrero le daba.
Al herrero eso le molestaba un poco, pero pensaba: “lo que yo quiero es que acabe haciendo el trabajo y me cueste muy poco dinero”.
Un día el herrero le dijo al muchacho: “cuando yo saque la pieza del fuego, la pondré sobre el yunque, y cando te haga una señal con la cabeza, golpéala con el martillo, con todas tus fuerzas”.
El muchacho se limitó a hacer exactamente lo que había entendido, lo que creía que el herrero le había dicho. Y ese día el pueblo se quedó sin herrero, muerto por accidente a causa de un espectacular martillazo en la cabeza”.
Por cierto este es un cuento sufí, pero… ¿cuántas veces hemos “matado al herrero”, a causa de nuestra escucha? ¿Cuántas veces hemos arruinado una relación por haber escuchado lo que hemos podido, sin ser conscientes de que sólo estamos interpretando desde el particular ángulo de nuestra experiencia? ¿Cuántas oportunidades perdidas por no haber tenido la suficiente apertura para considerar otras interpretaciones posibles? ¿Por no darnos cuenta que las palabras cobran sentido no en la boca de quién las pronuncia sino en la mente de quién las recibe?
Al herrero eso le molestaba un poco, pero pensaba: “lo que yo quiero es que acabe haciendo el trabajo y me cueste muy poco dinero”.
Un día el herrero le dijo al muchacho: “cuando yo saque la pieza del fuego, la pondré sobre el yunque, y cando te haga una señal con la cabeza, golpéala con el martillo, con todas tus fuerzas”.
El muchacho se limitó a hacer exactamente lo que había entendido, lo que creía que el herrero le había dicho. Y ese día el pueblo se quedó sin herrero, muerto por accidente a causa de un espectacular martillazo en la cabeza”.
Por cierto este es un cuento sufí, pero… ¿cuántas veces hemos “matado al herrero”, a causa de nuestra escucha? ¿Cuántas veces hemos arruinado una relación por haber escuchado lo que hemos podido, sin ser conscientes de que sólo estamos interpretando desde el particular ángulo de nuestra experiencia? ¿Cuántas oportunidades perdidas por no haber tenido la suficiente apertura para considerar otras interpretaciones posibles? ¿Por no darnos cuenta que las palabras cobran sentido no en la boca de quién las pronuncia sino en la mente de quién las recibe?
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